Lo cierto es que en algún momento del transcurso de 50 años de televisión en el siglo XX y las primeras dos décadas de este tercer milenio, el aparato televisor pasó de ser el elemento que vinculaba a la familia en el corazón del hogar y reunía a varias generaciones en torno a la pantalla, la tecnología, los cambios sociales, el crash digital y la soledad online, han llevado a convertir la experiencia televisiva en una actividad casi frenética, unipersonal y más adictiva que antes, pues una de las características recurrentes de los contenidos televisivos era la consabida frase: “continuará la próxima semana…”, y esta expectativa se ha perdido lamentablemente, ahora que es posible acceder a todos los capítulos de una misma serie, el mismo día y a cualquier hora. Ahora bien, hablando del Futuro de la T.V., el año pasado tuve la oportunidad de realizar una investigación y compartirla a través de una colaboración editorial con el tema: “Las pantallas del mañana“; y en ella hablaba, entre otros temas, que la experiencia inmersiva sería una de las tendencias del Cine y la T.V. como industrias e incluirán una interacción total de los cinco sentidos. Mi prospectiva era que el estándar de las duraciones de las películas de 90 a 120 minutos y de las series desaparecerá; que cada producto de entretenimiento durará lo que su historia precise, además de que sólo habría dos tipos de formatos: Películas que se ven en casa, y Películas que se ven en público. Así mismo, en un futuro muy cercano veríamos la explosión de películas y productos televisivos de autor, además de mayores propuestas de garage; y en ese sentido sería el espectador quien decidiría qué películas, series o contenidos se realizarán, y cuales no, aun antes de que empezaran a producirse. Imaginé un futuro en el que los ordenadores crearían la ficción en sus múltiples formatos, y el cambio más importante vendría en el qué o en el quién escribiría la historia; ya que en lugar de que alguien más (por lo regular un equipo) escriba, grabe o filme la historia, nosotros mismos seríamos quienes pre produciríamos, realizaríamos y proyectaríamos nuestra propia película, todo esto a través de un ordenador conectado a nuestro cerebro. Esta película más que íntima y personal se vería ya no en la pantalla de plata, ni en una de cristal enrollable, ni en el gadget de moda, sino en cualquier superficie al que el internet de las cosas te diera acceso holográficamente.
O sea que con tu dedo en el limbo ingreses.
Aportación de Luis de Llano Macedo
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